14.6.16

¿Es el deporte el “terreno de juego” del nacionalismo? (I)

En la Antigua Grecia, los Juegos Olímpicos (llamados así por celebrarse en Olimpia) eran fiestas religiosas, culturales y deportivas celebradas desde 776 a.C. en honor a los dioses mayores y participaban ciudadanos, libres y varones, a nivel individual. Fueron abolidos en 393 d.C. por el emperador cristiano Teodosio I por considerarlos paganos. No tenían el matiz nacionalista tal y como lo podemos definir hoy, pero:
 Sólo participaban ciudadanos griegos.
 Servían para exaltar la cultura griega que consideraban superior al resto de culturas de su entorno (itálicas, mesopotámicas, centroeuropeas).
 Eran una “seña de identidad” griega.

A lo largo de la Edad Media y Moderna, sigue existiendo “actividad deportiva” pero como competición individual entre élites (torneos, justas, etc…). Así hasta mediados del siglo XIX.

El primer intento de recuperar los Juegos Olímpicos tuvo lugar en Grecia en 1859, gracias al entusiasmo de Evangelios Zappas. Se efectuaron cuatro ediciones que fracasaron, teniendo una repercusión muy local. Años después y, aprendiendo del fracaso anterior, Pierre de Coubertin, buscó distintos apoyos e impulsó los Juegos Olímpicos modernos que tuvieron lugar en 1896 en Atenas. Había nacido en primer gran evento deportivo internacional.

El papel de los medios de comunicación de masas es fundamental para popularizar la cultura, el deporte, la ideología. Es a partir de los años veinte del siglo pasado cuando los medios de comunicación rompen el abismo entre lo público y lo privado. El deporte pasa de ser una actividad más o menos privada o local a ser una actividad pública e internacional.

Hasta entonces, los Juegos Olímpicos y el deporte en general habían interesado principalmente a una minoría de la clase media y alta, pero desde 1914 y, sobre todo, en los años 20, pasan a ser grandes acontecimientos de exaltación nacional. Las nuevas Naciones-Estado y, obviamente, los antiguos Estados (Francia, España, Portugal, etc.), se aprovechan del deporte como elemento aglutinador.

Hasta entonces, como mucho, los partidos internacionales se habían instituido para integrar componentes nacionales de los estados plurinacionales, había una rivalidad amistosa entre naciones que componían un mismo Estado. Así, los partidos decimonónicos de las selecciones de Austria y Hungría (que formaban parte del Estado Austro-húngaro) o los partidos de rugby y fútbol de Escocia, Irlanda, Gales e Inglaterra en la Gran Bretaña.

De hecho, el primer partido de fútbol internacional fue jugado el 30 de noviembre de 1872 en un campo de cricket de Glasgow, jugando Escocia con Inglaterra. Pero siempre eran encuentros concebidos con un matiz intraestatal.

En el Estado español este periodo es el auge de las selecciones de fútbol de Catalunya, Cantabria, la región “centro” o Aragón, son frecuentes los intercambios deportivos entre estas federaciones, siendo posteriormente, en 1920, cuando se forma la primera selección española de fútbol, convocada para disputar los Juegos Olímpicos de Amberes.

La selección aragonesa de fútbol jugaba el 28 de mayo de 1922 su primer partido contra el Osasuna (que representaba Navarra), perdiendo 1-2, el 12 y 13 de junio del mismo año se enfrentaba al Gimnástico de Valencia. Llegando el 8 de diciembre de 1926 a enfrentarse a España con el resultado de 1-1 y jugando el 22 de junio de 1930 con Catalunya, a la que ganaría 3-1.

En Europa desde los años veinte del siglo XX hay un proceso de identificación en el deporte de Estado y Nación, así el Tour de Francia (creado en 1903) pasa a ser competido por equipos nacionales, se creó la Copa del Mundo de Fútbol (Uruguay 1930) concebida como un encuentro entre Estados y los Juegos Olímpicos pasan a ser un acontecimiento mundial en el que los Estados encuentran un lugar idóneo para fortalecer la conciencia de pertenencia al mismo. De hecho, los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 fueron la culminación de la exaltación nacional.

El deporte es un medio muy eficaz para inculcar sentimientos nacionales: cualquiera aunque sea con una mínima conciencia nacionalista puede identificarse con un equipo, con una nación. La comunidad a la que se pertenece se hace palpable en un equipo de unos pocos cuyos nombres conocemos y que simbolizan una nación.

Se van creando las selecciones deportivas en las que sus jugadores se visten, literalmente, de bandera, salvo algunas excepciones:
Alemania, que juega de blanco en recuerdo al Imperio Prusiano y en su escudo enarbola el águila del káiser Guillermo II de Prusia obviando los colores de su bandera actual surgida en 1919 para hacer olvidar el blanco del Imperio.
Italia viste de azul y blanco, que son los colores de la Casa de Saboya, a pesar de ser una República.
Holanda usa el naranja (que nada tiene que ver con su bandera) en referencia a la dinastía protestante de Guillermo de Orange-Nasau.

El deporte empieza a ser potenciado como medio de identificación grupal, nacional, de un grupo frente al resto y, desde luego, de eso se aprovechan los Estados, pero no solo ellos. Aunque esa es otra historia.

Jorge Marqueta Escuer