24.4.16

Ni Cervantes ni Shakespeare nacieron el 23 de abril

Cada 23 de abril, se conmemora el “Día del Libro”, en recuerdo a la fecha de fallecimiento, el mismo día, mes y año (1616) de dos grandes autores de la literatura universal, Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Pero ni uno ni otro murieron ese día. Cervantes falleció el 22 de abril de 1616 y Shakespeare, un 23 de abril en el calendario juliano, es decir, el 3 de mayo de 1616 de nuestro calendario, como veremos más adelante.
Don Quijote y Sancho Panza, de Saura
Este año, por tanto, es el cuarto centenario del fallecimiento de Cervantes, pero en el Estado Español no hay una programación estable que recuerde el hecho, más allá de sobreactuaciones el día 23 de abril, día en que se pobló el Estado de “quijotes”, de “sanchopanzas” y de molinos, un artefacto casi desconocido en la Mancha en tiempo del ingenioso hidalgo, por cierto.
Mañana seguiremos sin programación cervantina estable, olvidaremos a Cervantes y su obra y la arrinconaremos al cajón donde yacen cubiertas de polvo y desprecio las “Humanidades”. Nuestros hijos e hijas pueden abandonar la Enseñanza Obligatoria Secundaria sin haber leído las grandes obras de la Literatura Universal –Don Quijote incluido-, tan solo alguna línea o alguna adaptación más que discutible y sin haber oído ni un minuto de Filosofía o Latín.
Pero volvamos a los molinos. Los molinos eran ingenios que poblaban la Corona de Aragón desde la Edad Media, bien para extraer aguas subterráneas en el desértico Valle del Ebro –la fuerza del cierzo era un buen aliado-, como las encomiendas templarias medievales del siglo XIII; bien para aprovechar la fuerza del río para funciones industriales o de transformación agrícola: el Monasterio de Rueda, por ejemplo, (s. XII), debe su nombre a la rueda de un gran molino. Incluso el callejero zaragozano nos recuerda la existencia de molinos en el Valle –la calle Molino de las Armas, rememora un molino junto al río de época de Jaime I el Conquistador, que nutrió de armas el ejército aragonés-. Con la conquista de las Islas Baleares, los molinos pasaron a las mismas, poblándolas de sus característicos molinos.
El primer molino manchego documentado data de 1575, de allí la sorpresa que le causa al ingenioso hidalgo encontrarse con “treinta o poco más desaforados gigantes (…) de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas”.
Decía al principio que ni Miguel de Cervantes ni William Shakespeare fallecieron un 23 de abril, sino un 22 de abril y un 3 de mayo, respectivamente. Y es que en esa época Inglaterra se regía por el calendario juliano, mientras que la Corona de Castilla se regía por el calendario gregoriano.
Veamos: la civilización occidental, desde Julio César, se regía por el calendario juliano, considerando que el año duraba 365 días y 6 horas, cuando en realidad dura 365 días, 5 horas, 48 minutos, 45 segundos y 16 milésimas de segundo. Para “recuperar” esas 6 horas de desfase anual, cada cuatro años se incluyó un año bisiesto (del latín bi-sextus) que añadía un día el último mes del año, febrero –entonces el año empezaba en marzo, como la primavera y el ciclo anual-.
Por eso, a la altura de 1582 (cuando se instituye el calendario gregoriano –el actual-) el error acumulado era de unos diez días. Así, el Papa Gregorio XII –de allí el nombre de calendario gregoriano- adelantó 10 días el calendario, de modo que el día 5 de octubre de 1582 pasó a ser el 15 del mismo mes y año. Sólo Francia, los estados de la Península Itálica y los de los Habsburgo –Aragón entre ellos- adoptaron inmediatamente este cambio. Inglaterra no lo hizo hasta 1752, por lo que el 23 de abril de 1616 inglés, era el 3 de mayo de 1616 de nuestro calendario gregoriano (el que hoy sigue rigiendo en nuestra civilización).
La norma que rige los bisiestos desde 1582 es la siguiente: el año tiene 365 días, siendo bisiestos aquellos años cuyas dos últimas cifras sean divisibles por cuatro, exceptuando los múltiplos de 100 (1900, por ejemplo) que no serán bisiestos, siempre y cuando éstos no sean divisibles a su vez por 400 (2000, por ejemplo) que serán bisiestos. Con todo ello, casi se ajustó el cómputo del tiempo con el movimiento de traslación de la Tierra y su relación con la rotación, que –como hemos visto- dura 365 días, 5 horas, 48 minutos, 45 segundos y 16 milésimas de segundo. Aunque seguimos perdiendo 26 segundos cada año.

Jorge Marqueta Escuer.