11.10.16

El cristal clavado. El "no dejar ir"

Un día como otro cualquiera me puse a juguetear con un cristal, su forma y brillo me atrajeron de inmediato y decidí llevármelo a casa. A la mañana siguiente aquel objeto estaba clavado en mi cuello y me impedía respirar con normalidad. De mi herida brotaban gotitas de sangre que me decían que el cristal había profundizado lo suficiente como para haber tocado algo en mi interior.

Me miré al espejo y pude observar el daño, pero aun así, decidí no sacarlo. Su belleza me atraía tanto que no quise deshacerme de él, así que lo dejé donde estaba y continué con mi vida. Cuando no era consciente de su existencia, la herida dejaba de sangrar y la respiración volvía a su ritmo habitual, pero bastaba un haz de luz para que su brillo volviese a cegarme y a recordarme que ahí seguía.

Un día, mientras lloraba el dolor de mi polémico amuleto, fui consciente de que mirando a través de él, mi más profundo ser se desvitalizaba, su color era más pálido de lo habitual.

Si me lo quito, sangrará más y no sé si podré cortar la hemorragia y si me lo dejo, la herida nunca sanará.

Tengo la certeza de que mi cuento metafórico podría aplicarse a muchas vidas. El “No Dejar Ir”, el aferrarse a sentimientos, pensamientos, cosas o personas que nos dañan a pesar de ser brillantes. Hay que tener mucho valor para retirar el cristal, a veces el apoyo de alguien que te ayude a cortar la hemorragia cuando decidas sacarlo.  Lo complicado es reconocer qué es exactamente el cristal clavado y tener la voluntad de abandonarlo.

Yo creo que ya sé cuál es el mío, ahora sólo me falta querer deshacerme de él.